ºººº...Dhampiro Daily... Venganza...ºººº

-¡Mierda, mierda!- El tableteo de las balas resonó en mi cabeza, dueña de un solo pensamiento, ya vienen. Brad cayó, justo a mi lado, abatido por aquellas balas que habían llegado de atrás. Ni siquiera nosotros resistiríamos a las armas de los cazadores, tan potentes y casi imposibles de esquivar.
-¡Brad!- Frené en seco y retrocedí, temeroso.
-¡Vete!- Gritó. Negué con la cabeza. Lo cogí en mis brazos.
-¡Nos alcanzarán!- Pataleó.
-¡No!- Repliqué, yo podía, si...
Caí sin poder hacer nada, y Brad conmigo. Sentí el dolor punzante de las balas de alto alcance en mis tobillos, una en cada uno.
-Lárgate...- Su voz sonó débil, casi apagada, muerta. ¿Daría alguien su vida por mi? La respuesta estaba clara, Brad. Reprimí mis ganas locas de llorar, de morir allí, de que todo acabara ya por fin...
Aterricé en una espesura de matorrales y árboles, algunos de los cuales rompí con el impacto de mi cuerpo. Lo había hecho, había huido...
-No... no... ¡¡¡¡¡NO!!!!!- Ya había demasiadas víctimas por mi causa, esto no debía seguir así, el número de aliados se reducía a gran escala... Tenía que darme prisa o me encontrarían. En esto se había convertido mi vida, constantes enfrentamientos, pocas victorias, muchas derrotas... Parecía que la luz del Sol ya no salía, al menos no como antes. Los vampiros han dominado a el mundo, lo han destruido... ¿Qué sería de Elisabeth? ¿Estaría bien, feliz...estaría...viva? Intenté pensar en otras cosas, como por ejemplo, desaparecer de allí con total rapidez...
Llegué a la casa que me había servido de refugio los últimos años, allí habría detectives, seguro que podría capturar a alguno. Caminé en un total silencio, escudriñando cada rincón de la oscuridad. Escuché un sonido de trastos, pesados, metálicos. Mis cinco sentidos se pusieron alerta. Asomé la cabeza por el arco de la puerta. Era uno de ellos...una.
Me sorprendió observar como aquella chica buscaba entre las cajas, sin encontrar nada, pero con esperanza en su rostro. Tenía unos ojos rojos vivaces, grandes y saltones, una sonrisa perpetua en su cara con visibles pecas rojizas. Su pelo era ondulado, lacio, castaño, con destellos rubios y escarlatas... era... preciosa. Me acerqué poco a poco, agachado, sorprendido de que no se hubiera percatado de mi presencia. Pude observar más detalles. Cabello retirado a la derecha, grandes pestañas, mirada dulce, un gorro negro tapándole parte de su cabeza, mitones también negros, un palestino de cuadros... Se parecía al uniforme que me acostumbraba a llevar antiguamente, cuando estaba con Clark. Di un salto, ágil, decidido, atrapé su cuerpo y su rostro, impidiéndole refuerzo alguno o gritar.
-Cállate y todo saldrá bien-

Pareció rendirse, chica lista.
-¿Sabes que expiar en las casas ajenas no está bien?- Inquirí, con tono burlón.
-¿Sabes que coger a una dama así no está bien?- Dijo, imitando mi voz.
-¿Dama, tu?- Reí. Ella gruñó, era extraño, enemigos haciéndose bromas.
-Bueno, acabemos ya- Susurró, y de repente ya no estaba delante. Mierda, pensé. Miré hacia todos lados, arriba, abajo, derecha, izquierda. Nada. De pronto sentí como me hundían la nariz en la cabeza, la sangre bajando por mi cuello. En ese momento estaba atrapado.
-Desde luego eres un imbécil- Bufó. Era el momento, me giré en seco y atrapé una de sus manos, después otra, quizás con demasiada fuerza.
-¡Ah!- Gimió.
-Y tu una completa, absoluta y maldita inútil- Insulté, acercándome a su cara poco a poco, con cada palabra. Escupió.
-Que asco, luego dices que eres una dama- Le repliqué. Ella hizo una mueca. Entonces puso una cara muy sensual, irresistible, y lentamente se acercó, poniendo los labios en posición...
-No dejarse engatusar por el oponente es una regla básica del combate ¿Sabías?- Me había vuelto a capturar. Verdaderamente era yo el inútil.
-Y ahora vamos al cuartel, allí gente más capacitada te dará tu merecido- Dijo, sonriente, feliz de su victoria.
Aparecimos en una caverna oscura, con un fuerte olor a sangre seca, a carne cruda o putrefacta, era repugnante.
-¿Pero que coño coméis aquí?- Pregunté de pronto, rompiendo el silencio.
-La carne de nuestros presos, ¿Te gusta cómo huele? Es que es lo último que vas a sentir- Parecía decidida.
-Eso y tu hermoso culito a la vista, buenas vistas, cualquiera quisiera morir así-
-Eres un cerdo, me aseguraré de no estar presente- Respondió.
-Claro, como no soportarías verme morir...- Dije.
-¿Siempre tienes algo que decir?-
-Si-
-Eres un pelmazo, tengo ganas de que te mueras ya de una puta vez-
-Eres una basta- Me miró, con una media sonrisa en su precioso rostro de porcelana, verdaderamente me gustaba esa chica. Me metió en un calabozo, lleno de ratas.
-Joder, menudo sitio- Me quejé.
-¿Qué pensabas que te iba a dejar en un hotel? Memo...- Rió. Me fijé en sus contorneadas curvas mientras se iba.
-Y no me mires el culo- Gritó, ya desde lejos, reí.
En ese momento vino a mi mente un rostro, el de Elisabeth... Hacía tanto tiempo que no sabía de ella, que no la besaba... Tenía miedo de olvidarle... Tenía que sacarme a... quien fuese de la cabeza...
No fui consciente del tiempo que pasó hasta que la figura esbelta de mi captora apareció ante mis ojos, con una sonrisa triunfal.
-Por lo visto voy a tener que aguantarte unos cuantos días más- Anunció. Sonreí divertido.
-¿Te gusta la idea verdad...-
-Elena-
-¿Elena?- Terminé la frase.
-Bueno, podré seguir dándole el por culo a alguien- Dijo, complacida. Para mi sorpresa esbozó una sonrisa, sin bromas, solo ella y yo, como unos viejos y buenos amigos.
-¿Puedo llamarte Edelweiss?- Inquirí curioso.
-¿Por qué?-
-No se... Eres como una flor... pero a la vez eres fría y dura... como la flor Edelweiss, gruesa, carnosa... pero en el fondo una hermosa flor- Expliqué. Ella rió divertida y alagada.
-No me importaría pero es demasiado cursi, no pega conmigo- Se dispuso a marcharse de nuevo.
-¿Oye no te quedas a hacerme compañía?- Pregunté.
-Cerdo- Respondió, girándose y mostrándome aquella bonita sonrisa... En aquel instante supe que no podría olvidarme de ella.

En lugares distintos.


-Hay que idear la manera de penetrar en su defensa, debemos sacarlo de allí- Discutía Matt.
-Su tontería ya nos ha costado demasiadas vidas- Decía otro en su contra.
-Es verdad, somos tan pocos por su culpa- Poco a poco, voces de protesta se fueron alzando en la sala.
-¡Silencio!- Uno voz resonó mucho más que las demás.
-¿De qué habláis, estúpidos ignorantes? ¿Qué hubiéramos hecho sin Taylor, eh? ¡Responded!
¡Sois todos una panda de quejicas sin sentimientos!- La multitud se cayó, azotada por la voz de Bill.
-Lo sentimos...- Dijeron algunos, otros simplemente se retiraron sin rechistar, aunque furiosos.
-Ahora debemos centrarnos en como sacar a Taylor de ahí, él es, por encima de todo, un compañero, leal además- La gente asintió, ya más relajada.
-Puede que estén en el cuartel del noroeste, reconocí a dos personas yendo hacía allí- Explicó Lauren.
-Investigaremos, tenemos que estar completamente seguros- Dijo Bill.
-Podemos dar por terminada la sesión, no olvidéis esta noche- Terminó Bill.


Abrí los ojos, que se cejaron por la luz del Sol.
-¿Dónde estoy?- Pregunté incorporándome.
-Duermes como un lirón, no te has dado cuenta de nada- Dijo divertida la voz de Elena.
-¿Cuenta de qué?-
-Mira a tu alrededor- Hice caso y ojeé el paisaje, parecía sacado de un cuento, todo ligeramente nevado, coloreado de las primeras briznas verdes de hierba. Los alpes, y al lado un prado de flores, Edelweiss.
-¡Guau!- Grité emocionado.
-¿Oye, y dices que me parezco a esta flor?- Preguntó Elena, asentí.
-Desde luego estás pirado...- Dijo. Cogí unas cuantas flores que me guardé en el pantalón.
-Bueno, vamos antes de que nos pillen, hoy hay entrenamiento...-
-¿Entrenamiento, de qué?-
-Ahora estás en nuestras filas, de algo tenías que servir- Esa idea no me gustó nada, yo, luchando en el bando enemigo contra los amigos... Elena cogió mi mano y en seguida estuvimos en un campo, lleno de maniquís de madera, de obstáculos, de señales... un campo de entrenamiento vamos.

-¿Qué se supone que tengo que hacer aquí?- Pregunté, aunque ya lo sabía.
-Pues entrenar- Dijo.
-Hombre, hasta ahí llegaba, pero, ¿Con todos estos...cazadores?- Miré a mi alrededor, todo lleno de repugnantes cazadores, capuchas negras, armas potentes, ágiles movimientos... Sin duda alguna. Le dediqué una mirada de odio a Elena, más bien de broma que de otra cosa. Esta me la devolvió.
-Eres odiosa, ¿Sabes?- Le dije.
-Tu también ¿Sabes?- Respondió sonriendo. Ambos reímos.
-Tenemos una relación un poco rara- Pensé en voz alta.
-Supongo- Dijo ella.
-¿Y por qué no me matasteis?- Ella se encogió de hombros.
-Yo lo hubiera hecho gustosa-
-Si ya, ya... entonces estaría muerto, lo que pasa es que estás coladita por mi ¿Verdad?- Ella negó con la cabeza, casi riéndose.

-¿Qué coño haces Elena?- Preguntó de pronto un cazador, era alto como una torre, estaba cuadrado y tenía una expresión de pocos amigos. EL pelo lo llevaba rapado al cero y una ligera barba le sobresalía por la barbilla.
-Nada Marcus- Dijo ella, mirándolo atemorizada.
-¿Qué pasa grandullón, por qué no te vas por ahí a joder a otras personas?-
-¡Como te atreves enano de mierda!- Se abalanzó sobre mi, lanzando sus manos para atraparme, estas rasgaron el aire, yo fui más rápido. Fui esquivándole, Elena reía como si fuera un juego de niños, aunque como me cogiera la cosa iba a ponerse fea, o eso temía.
-¿De qué te ríes, eh?- Marcus de repente se dirigió hacía Elena, que retrocedió un poco. Alzó su gran puño.
-A ella ni la toques- Dije desafiante, interponiéndome entre la chica y Marcus.
-¿Qué harás?- Vaciló. Gruñí. Se rió a carcajadas, entonces le asesté una patada en la entrepierna.
-Quien ríe último, ríe mejor, ¿recuerdas?- Y me fui al campo de entrenamiento, donde los demás, expectantes, veían como su compañero se retorcía en el suelo gimiendo.
-¡En fila!- Gritó alguien, yo obedecí.
-Hoy tenemos un nuevo soldado con nosotros, y por lo que vemos uno capacitado- El hombre me miró a mi, después a Marcus.
-¡Pero si es un subnormal, un refugiado!- Bramó otra voz.
-¡Es cierto!- Dijeron las demás a coro. La gente que se hallaba allí presente me escupió, se rió de mi, me pisó.
-Bueno, demos la bienvenida al subnormal refugiado, Taylor!- Dijo burlón.
-Aquí los únicos subnormales sois vosotros- Grité yo. Todo se sumió en silencio. El que hacía de general machote bajó de su pequeño estrado, era por lo menos dos cabezas más bajo que yo, y no es que yo fuera una altitud.
-¿Qué pasa, te crees guay?- Inquirió.
-Anda enano, vuelve con tu saco de pulgas- Dije apartándolo de mi camino. Se escuchó un barullo amenazante.
Me metió un puñetazo, que yo le devolví, pronto empezaron las palmas. El retaco era más fuerte de lo que parecía. Nos enzarzamos en una larga pelea. Finalmente el general me asestó dos patadas en la cabeza, fuertes, precisas. Caí al suelo sin nada que hacer.
-El resto es vuestro chicos- Dijo el general, apartándose, sentándose en la plataforma desde la que había hablado, divertido, mientras me metían una paliza, mientras la sangre comenzaba a resbalar por mi nariz, boca, cejas... Me iban a estropear la cara. El dolor era inaguantable. Luché con todas mis fuerzas por librarme de todas aquellas ansiosas manos, pero no pude. Grité, bramé, perdí la cuenta de cuantas veces pedí ayuda, cuantas veces supliqué que pararan, cuantas veces miré su rostro, pálido, dañado, allí detrás de un árbol, observando a su pesar como iba perdiendo fuerzas, Elena contemplaba horrorizada todo.
Dejé que me pegaran, yo solo me concentré en sus ojos, brillantes y vidriosos, apunto de echar a llorar. Sonreí, antes de caer desmayado en aquella prisión de tortura.
Abrí los ojos y contemplé que me encontraba en una habitación, no estaba sucia ni mucho menos, era la habitación de alguien pulcro. La embargaba la perpetua oscuridad, que rompía una vela roja que descansaba en una mesa de mármol negro. Distinguí la figura de una chica, recostada en una alfombra de piel, en la pared, dormida. Yo estaba en una cama, todavía me dolía todo, las articulaciones, los pies, la cabeza... si, sobretodo la cabeza. Palpé mi rostro con la mano, notando las diversas heridas cerradas por puntos, las vendas... Miré a la chica, hice un esfuerzo por ponerme derecho y me acerqué a ella. Elena, ella me había curado, me había traído a una cama y había velado por mi Dios sabe cuantas noches, esperando que una despertara. Sonreí. Después acaricié su mejilla, encendida, rojiza, repleta de pequeñas pecas. Parecía una niña. Luego acaricié su cabello, jugando con los mechones suaves. De pronto sus ojos se abrieron y ella dio un brinco.
-¡Joder!- Gritó asustada. Al verme allí, sentado junto a ella, su expresión cambió totalmente, de susto a felicidad y tranquilidad.
-¡Taylor!- Se tiró a mis brazos, feliz.
-Gracias...- Le susurré al oído.
-No hay de que... ¿Estás bien? Te metieron unas cuantas hostias...- Dijo mirándome de arriba a abajo.
-Tranquila, estoy mejor- Sonreí. Que feliz estaba. Le di un beso en la mejilla, ella se quedó paralizada, y allí, en las más profunda noche, supe que se ruborizaba.

En lugares distintos.


Corrí a más no poder y me introduje en la puertecilla. Me fui chocando con las paredes a causa de la velocidad, sentía el sudor resbalando por mi frente. Lo único que hice aparte de correr fue rezar por que no me hubieran descubierto. Por fin llegué a la sala donde se encontraban los renegados, humanos, escondidos de los vampiros. Había multitud de familias que se encontraban allí, a algunas les faltaba algún hijo, otras estaban completas, pero todas sentían el mismo dolor, y por lo tanto, aquí todos eramos una gran familia. Después de que llegaran los vampiros, todos tuvimos que escondernos o esclavizarnos, o... ser mordidos. Obedecí a Taylor al pié de la letra y vine aquí con algunos humanos más.
-¿Ocurre algo?- Preguntó Sophie, una abuela, negra, con canas en su cabello rizado, arrugada por los años.
-No, afortunadamente no me han pillado, aquí traigo las aspirinas, el omeprazol...- Dije rebuscando en la bolsa de plástico blanca de la farmacia. Me acerqué a John, que estaba un poco enfermo, era un adolescente de 15 años, se hacía el machote y creía ser mayor de lo que era, pero era un buen chico en plena flor de la juventud y estaba pasando un mal momento.
-Toma- Murmuré.
-Gracias- Dijo, tomando aire con dificultad. Se tomo sus medicinas y volvió a su intranquilo sueño.
Acudí a mi cama, el único sitio donde podía estar sola con mi cabeza, con mis recuerdos. Oh Taylor, han pasado tantas cosas... Me siento cada vez más vieja y cansada... ¿Cómo estarás? Hacía esas preguntas en mi mente, y esperaba que algún día pudiera encontrar la respuesta.
-¿Cómo estás?- Dijo la familiar voz de Mike.
- Bien... un poco cansada- Sonreí. Mike había sido como mi mejor amigo todo aquel tiempo. Era mi diario. Lo mejor de Mike era que sabía escuchar, podía estarle hablando 2 horas sin parar, que él nunca se quejaba, seguía atendiendo pacientemente, sin distracciones. Apoyé la cabeza en su hombro.
-¿Piensas en Taylor?- Asentí. El suspiró.
-La vida puede llegar a ser muy dura-Susurró. Apreté su mano con fuerza.
-Que haría sin ti...- El sonrió. Mike había tenido un duro pasado. Era el típico pardillo de su clase al que nadie le importa. A mi me parecía extremadamente guapo. Tenía los ojos verdes, muy claros, su expresión era la de un hombre maduro, a pesar de su corta edad. Tenía el pelo rubio, cortado a capas, estilo manga y vestía con aire gótico.
-Elisabeth yo... yo...- Lo miré curiosa.
-Di- Pero no dijo nada, simplemente me dio un beso, suave, pero apasionado, ardiente, y yo no se por qué pero me dejé hacer, y seguimos besandonos sobre el colchón, él, enamorado, yo, culpable y traicionera, con el rostro de Taylor presente en mi cabeza...



-¿Qué haremos?- Preguntó Matt. Bill negó con la cabeza.
-Son demasiados- Dijo frustrado.
-Ahora que está entrenando en su ejército... podríamos atacarlos en ese momento, tenderles una emboscada mientras entrenan, matar a los guerreros y sacarlo a él- Explicó Matt, imaginándose su perfecto plan en la cabeza.
-Si, puede que funcione...- Murmuró Bill, feliz.
-Mañana estaremos aquí, entonces- Ambos se sonrieron, presas de la emoción.



Acudí a sentarme junto a los demás, que me observaron y estudiaron a cada paso. Sobretodo sentí una mirada, la de Marcus. Lo miré divertido, le guiñé un ojo mientras sonreía. El apretó los dientes, dio un fuerte codazo en la mesa y se levantó para irse. Cobarde... Pensé, riendo.

Pronto sirvieron una especie de sopa, tóxica seguramente. Los cazadores comían como cerdos, con las manos, masticando con la boca abierta... Miré con cara de asco, esto iba a hacerse largo...
Comencé a comer, o eso intentaba. A pesar de que me moría de hambre no era capaz de comer aquello, era realmente... repugnante. Le di mi plato al de al lado, que se puso muy contento, repugnante como las repugnantes personas que lo comían. Ya anochecía, solo faltaban dos horas de entrenamiento nocturno. Cuanto daría por estar con Elena, sentados en aquella cama, a la tenue luz de una vela, con dos botellas de vino, quizás una de sangre, una apetecible cena preparada por ella... Pero desgraciadamente eso no era lo que me tocaba.
Acudí al campo de tiro con mi 9 mm. de doble acción. No es que fuera la mejor arma del mundo, pero era ligera y medianamente potente. Me preparé y fingí apuntar, hice los acostumbrados ruidos de disparos, ¡Pa, pa, pa! Reí, totalmente absorto en mis pensamientos. Poco a poco los demás fueron llegando y preparándose, algunos tenían M16, otros unos Dragunov empepinados al límite, otros escopetas de tres cañones, metralletas P90... Incluso porras eléctricas.
Pronto vino el general, que me dirigió una mirada de asco, odio y risa.
-Bueno, ya sabéis, tenéis 10 balas o intentos, intentad dar en la cabeza, las piernas o el corazón- Pronto se escuchó el sonido de las metralletas, las únicas cargadas con 100 balas, cuando estas callaron comenzaron los rifles, que se encontraban en una torre de madera un tanto improvisada a unos 30 m. de allí. Luego actuaron las escopetas y por último nos tocó a nosotros. Disparé primero a los pies, tirando al maniquí, después disparé a donde estaría el corazón, y por último apunté a la cabeza y disparé, con un tiro tan preciso, que toda la capa de esparto y un poco de arena salieron disparadas del rostro del maniquí. El general me miró sorprendido de mi puntería, Elena estaba de nuevo observando desde un árbol. Olisqueé el suave olor de la pólvora, tan familiar y tranquilizador.
-Bien, ¡Parad!- El fuego cesó al instante. De pronto el sonido de nuevas balas comenzó a llegar de todas partes, de los árboles, de la sombra... Intenté esquivar lo imposible, aunque misteriosamente no me dispararon a mi. Joder, pensé, entonces me acordé de Elena, allí, escondida tras el árbol. Corrí hacía ella, cuando escuché un grito, un grito que gritaba mi nombre. Me giré. Allí estaban, todos, Bill, Matt, Oliver, Jack... Sonreí, eran unos verdaderos cracks. Pero no podía olvidarme de Elena. Muchos cazadores yacían en el suelo, pero muchos otros iban llegando. Distinguí los gritos de la chica.
-¡Socorro, Taylor!- Ella arañaba los brazos de un hombre, robusto, que se la llevaba.
-¡Elena!- Corrí un poco, hasta que unos brazos me apresaron a mi también. Vi como se la llevaban, como sufría...
-¡¡No!!- Bramé. Pero ya era tarde, los brazos me llevaron a mi y el hombre robusto se llevó a Elena. Las lágrimas resbalaron por mis mejillas, ¿Qué le harían?
Pronto estuvimos en la espesura del bosque.
-¡Tio!- Me dieron diversas palmaditas en la espalda. Yo me quedé callado, mirando a el cuartel.
-Por fin Taylor...- Bill me abrazó, después Matt. Decidí sonreír por educación.
-Oye tengo...- Intenté decir.
-¡Pero esto hay que celebrarlo hombre!-Exclamó Oliver. Así estuvieron atosigándome a preguntas.
-¡Que paréis ya coño, tengo que irme a salvar a una amiga!- Bramé furioso. Todos se apartaron, quizá molestos, quizá asustados.
-Pero-
-¡De peros nada, joder!- Estaba nervioso.
-¿Qué pasa?- Inquirió Bill.
-Tengo que salvar a alguien, a alguien a la que le debo la vida- Dije ya marchándome.




-¿Pero qué pasa?- Preguntó Mike.
-No lo se...- Respondí. El ambiente era de pura intranquilidad.
-Creo que han capturado a Tim...- Murmuré. Estaba realmente preocupada.
-¡Putos vampiros!- Gritó Mike. Cogí su mano, con algo de inseguridad.
-Tranquilízate, algunos intentan ayudarnos- Dije.
-Lo se pero...- Le di un mordisquito en la oreja, juguetón.
-¡Ey!- Me atrapó con sus labios, sus besos eran tan... tan... geniales.
-Te quiero- Susurró Mike.
-Estoy un poco confusa...- Me separé un poco.
-No te preocupes- Me acarició la mejilla.
-Te entiendo...- Murmuró. Le di un beso, largo, romántico.
-¡Corred!- Gritó una voz. Todos empezaron a correr, alocados. Nosotros nos unimos.
-¡Oh no, John!- Me paré en seco.
-No podemos hacer nada...- Y sin dejarme discutir me alzó en brazos y corrió.



Intenté por todos los medios huir, pero ahora estaba allí, encerrada en una habitación mientras unos cazadores buscaban sin suerte a los asesinos. Taylor se habría ido con sus amigos, se olvidaría de mi. Habíamos pasado pocos, pero buenos momentos. De pronto el sonido de piedras irrumpió mis pensamientos. Acudí a la ventana. Allí estaba, como un Romeo, y yo era su Julieta. No podía abrir la ventana, así que comencé a darle con una silla de madera hasta romperla.
-¿Pero qué haces, te has vuelto loco?- Pregunté, sin alzar la voz.
-No estoy loco y he venido a salvarte- Dijo.
-¿Te has copiado de Romeo y Julieta?- Preguntó. Sonrió.
-Más o menos- Dio un salto y entró en la habitación.
-¡Guau, hasta te han encadenado el cuello! ¿Te han violado?- Inquirió.
-Eres un cabrón- Murmuré mientras lo abrazaba.
-Entonces no te importa que lo haga yo ¿No?- Levanté la mano para meterle una torta, cuando un grito resonó.
-¡¡¡Allí están!!!- Él me cogió a la velocidad del rayo, se tiró por la ventana con agilidad y juntos fuimos hacía el bosque.
-Uff... ¿Por dónde íbamos?- Pregunté cuando ya estábamos lejos.
-Ibas a meterme una hostia- Dijo, e instintivamente apretó los ojos con fuerza
-Tonto- Murmuré. Entonces, acerqué mis labios y lo besé, como hacía tiempo deseaba...

Joder... Me está besando... que hago...Sus besos eran completamente distintos a los de Elisabeth, se notaba cierta timidez, suavidad, amor en sus labios, y por un momento me olvidé de todo y la besé también yo. Sentí sus manos, acariciando mi cabello, su jadeante respiración. Y... ¿Yo, qué sentía? No podía saberlo...
-Lo siento, me he dejado llevar por la emoción...- Se disculpó, retirándose.
-No te preocupes, me estaba gustando y todo- Reí. Ella también, un poco cortada, ruborizada.
-Bueno, ¿Vienes?- Pregunté. Ella negó.
-No... no puedo... no olvides a quien sirvo- Susurró.
-Pero, yo, pensé...- Ella bajó la mirada.
-Supongo que estamos destinados a ser enemigos- Susurré.
-Si... No voy a olvidarte...- Sonrió.
-Ni yo, Elenita, Edelweiss- Reímos. No pude evitar abrazarla.
-No me lo pongas más difícil- Murmuró.
-Bueno, ahora vete, olvídame, haz lo que quieras- Me guiñó un ojo.
-Me voy- Dijo. Se giró, pero cogí su mano.
-Espera- La arrastré hacía mi y besé su frente.
-No pienso olvidarme de ti ¿Me oyes?- Ella asintió, parecía un poco contenta. Después la dejé ir.




-Me han pisado como diez veces- Dije... Él me apretó contra su pecho.
-Intenta no hablar, todavía no ha pasado el peligro- Por lo visto un grupo de vampiros sedientos habían irrumpido en nuestra tranquilidad sagrada para... Dios sabe para que. Había contado tres cuerpos inertes en el suelo, muertos. La abuela Sophie había corrido como nadie, ahora estaba con nosotros.
De pronto los vimos, y en ese momento supe lo inseguro que era nuestro escondite. A menudo Taylor me había hablado del refinado olfato de los vampiros... Incluso el perfume estaba basado en un vampiro. No había escapatoria. Apreté los ojos con fuerza, íbamos a morir.

El sonido de nuevos pasos nos sorprendió a los tres, allí, agazapados contra la pared. De pronto se escuchó una oleada de disparos, y después silencio. De pronto murmullos, agucé el oído.
-Cabrones- Dijo alguien.
-Contrólate, puede haber humanos cerca- Acalló el otro.
-Puede no, los hay, los siento- Dijo una voz distinta.
-Allí, contra la pared- Explicó. Mierda, nos habían pillado. De pronto nos topamos con un rostro dulce, cuyos ojos no era la primera vez que veía. Si... aquellos ojos... Taylor, Taylor tenía los mismos ojos, azules, con destellos rojizos, no era humano.
-Dhampiros...- Pensé en voz alta. El individuo pareció sorprenderse de mi afirmación. Después, nos cogió a los tres con delicadeza y nos llevó hasta su grupo.
-Qué hacemos con estos- Preguntó. Todos, séis, negaron con la cabeza. Entonces, una sensación conocida invadió mi cuerpo, nos estábamos teletransportando. Aparecimos en un claro rodeado de árboles, con pequeñas tiendas de campaña de color azul ultramar. El hombre nos dejó allí.
-¿Para qué...?- Intenté decir.
-Mira, aquí las preguntas las hago yo ¿Ok?- Me cortó. Lo miré con desprecio.
-Venid- Dijo secamente. Lo seguimos hasta una tienda de campaña algo más grande que las demás, en su interior había un pequeña mesa con algunos cacharros cuya función desconocía.
-Sentaos ahí- Obedecimos rápidamente.
-Para empezar, ¿Quienes sois?- Inquirió.
-Somos humanos refugiados de las hordas de vampiros aniquiladores- Respondí, con tono maleducado. El dhampiro me sostuvo la mirada.
-Vale... ¿Qué hacíais ahí?- Continuó.
-Teníamos un campamento base bastante seguro en aquella zona, pero los vampiros consiguieron encontrarlo...- Dije pesadamente.
-¿Qué hacen unos humanos, refugiados de los vampiros, cómo no los han encontrado... cómo han logrado sobrevivir?- Murmuró para si mismo.
-Simplemente nos escondimos, no es tan difícil- Respondí a sus preguntas.
-Sigo sin comprenderlo, ¿No tienes miedo de nosotros, de mí?- Negué con la cabeza.
-He tratado con otros vampiros... antes- Susurré. Pareció curioso por mi contestación.
-¿Dhampiros?- Asentí.
-¿Y, qué hacías tú tratando con gente como nosotros?- Preguntó. Aquella era precisamente la pregunta que quería evitar.
-Yo amaba a aquel vampiro- Dije.
-¿Y qué pasó?- Siguió.
-Nos separamos, él me dejó en Nueva Zelanda y se fue a combatir contra el ejército de Drácula- En ese momento supe que aquella era la información que buscaba. Se levantó de un salto y acudió presuroso hacia fuera.

Corrí con todas mis fuerzas, intentando olvidar su rostro, sus ojos. Estaba mal, yo lo sabía, pero... Cuando llegué al cuartel me interné en el vestíbulo del edificio, allí, tendidos sobre el suelo de frío mármol, había multitud de rostros conocidos, de amigos, mutilados, heridos, al borde de la muerte. Me acerqué presurosa y asustada a un sanador que pasaba por allí cargado de instrumentos médicos avanzados.
-¿Tanto han podido hacer?- Pregunté con un hilo de voz, tembloroso por las lágrimas.
-Esos malnacidos nos cogieron por sorpresa, no volverá a pasar, ya no...- Murmuró rabioso, apretando los puños y mirando al exterior con desprecio, como si algún enemigo todavía se escondiera allí. Soltó un montón de tacos antes de seguir con su camino, yo, fui a la pared y poco a poco me fui deslizando hasta acabar sentada. Me abracé las rodillas y escondí mi rostro entre ellas, y experimenté un sentimiento que jamás había sentido con tanta fuerza como aquella, sentí odio, un profundo odio hacia Taylor y los suyos. Como se habían atrevido a irrumpir así en nuestra pacífica vida de entrenamientos, bromas...
-Cabrones- Grité, pero la gente ni si quiera se giró, estaban demasiado ocupados tratando a los heridos, consolando a los amigos... Me levanté y me dirigí a mi habitación, de la cual habían desaparecido gran parte de los integrantes. Me tumbé en mi colchón. Tantas veces me había sentado allí a hablar con mis compañeros, a reír, o simplemente a pensar, reflexionar... Desde que era pequeña aquel había sido mi colchón, y los muertos a manos de los salvajes, mis amigos. Los recuerdos pasados pasaron fugazmente por mi cabeza. Di un golpe a la pared, abollándola. Entonces supe lo que tenía que hacer. Me dirigí al cuarto del jefe. Entré con suma cautela por si descansaba, al él no le gustaba que le molestaran. Sin embargo lo encontré sentado en su silla giratoria, girando nervioso y pensativo.
-¿Si?- Preguntó al percatarse de mi presencia.
-Se más o menos donde se encuentran esos hijos de puta- Dije, casi gritando. El teniente levantó la mirada.
-¿Y bien?-
-Al nordeste de Escocia, en Aberdeen- Taylor, el muy ingenuo, me había hablado de sus diversos escondites en el transcurso de tiempo que había estado preso, y insistía en que aquel era el más importante y frecuentado.
-Si es mentira lo que dices, te torturaré hasta que acabes muerta, ¿Lo sabes verdad?- Tragué saliva ante aquellas palabras y asentí, rezando porque Taylor hubiese sido sincero.
-Convoca a los mejores soldados, nos reuniremos a las 5:30 de mañana para debatir la situación, puedes irte- Me ordenó, feliz, desaparecí por la puerta, ahora nos toca a nosotros, Taylor...




Reíamos, nos divertíamos, era genial volver a estar con ellos. Darek había vuelto de China con sus nuevos contactos, unos aliados que nos interesaba obtener. Estábamos embriagados por los efectos del alcohol.
-¿Oye y qué paso con la chica esa cazadora?- Oliver me dio un codazo.
-¿Te la tiraste?- Continuó Matt.
-Vaya mentes más perversas- Reí. Negué con la cabeza.
-La condenada estaba bastante bien- Murmuró Jack.
-Cuidado con los insultos- Amenacé. Se produjo un silencio.
-Venga ya, ¿Te has enamorado tan pronto?- Inquirió Jack.
-No es eso, pero es una buena amiga- Dije, mirando al suelo.
-Si, es una cazadora ¡Ca-za-do-ra! ¿Lo comprendes?-
-Ella es diferente- La voz se me fue apagando, comencé a girar la botella de J&B inconscientemente.
-Bueno, cambiemos de tema- Como siempre, Bill me sacó del atolladero, aveces me preguntaba si el debería ser el jefe de todo el cotarro, en vez de yo. Yo era débil, apenas había estado un mes con aquella chica y su rostro ya rondaba constantemente en mi cabeza. Me preguntaba que sería ahora mismo de ella, ¿Me odiaría?, ¿Me amaría? Todo era tan confuso. Tan bien pensé en Elisabeth, en su cara menuda, en su sonrisa, me había olvidado de aquel rostro perfecto. Tenía la esperanza de que siguiera con vida.




-Te falta algo de práctica ¿Sabes?- Le hice rabiar, él gruñó.
-¿Y tú como sabes eso sabionda?-
-He besado más veces que tú- Reí.
-Enséñame entonces- Murmuró, pícaro. Sabía que esto estaba mal, fatal, pero ni si quiera sabía con certeza si Taylor seguía con vida y no me iba a pasar el resto de mi vida esperando a que el llegara. Sabía incluso, que el estaría contento de mí. Besé a Mike con dulzura, el joven había adquirido gran soltura en los últimos días.
-Te quiero, te quiero, te quiero- Murmuró. Le di un mordisquito juguetón en el labio inferior. Me encantaba besarlo. Nuestras lenguas se cruzaron.
-¿Algún día tendremos que llegar a más, no?- Inquirió. Me sonrojé.
-Menudo salido- Reímos. Era verdad, llegaría el día en que traicionaría completamente a Taylor, el día en que sería completamente de Mike.
-Esperemos que ese día llegue pronto- Le susurré al oído, con un tono sensual. En ese instante me volvió a apresar con sus labios.
-¡Vosotros dos, salid! ¿O no queréis cenar?- Era el dhampiro de antes, nos había pillado en pleno beso. Nos levantamos y salimos corriendo hacía el centro del claro, donde había un fuego y otro hombre echaba carne sobre una olla desgastada.
-Dios, que hambre- Dijo Sophie. Menudo espíritu tenía la señora.
Después de cenar, los dhampiros nos dieron cabañas privadas, con un vigilante en la entrada, claro, pero descubrimos que al fin y al cabo no eran tan antipáticos como parecían.

Me encargué de ir personalmente a Aberdeen, haber si se encontraban allí. Y efectivamente, desde una pequeña cueva salía el sonido de la música DJ de las discotecas. Encima de todo se habían montado una fiesta. Gruñí y reprimí la idea de matarlos con mis propias manos, allí y ahora. Volví al cuartel e hice lo que me habían ordenado.
5:30, murmuré para mis adentros. Acudí corriendo al lugar previsto de reunión. Allí esperaban todos, apoyados en la pared, sentados en sillas de madera empobrecida, con caras angustiosas y apenadas.
-Buenos días- Murmuré, sin respuesta. Me acurruqué en una esquina y esperé impaciente a que llegara el superior.
Por fin este asomó por el arco de la puerta y entró a la habitación, con su paso militar y elegante.
-Levántense- Dijo, sin demasiada rigidez, sabedor de la catástrofe.
-Os hemos reunido aquí, para exterminar a los desgraciados que atacaron la pasada noche- A todos les cambió la cara.
-Nuestra amiga Elena sabe donde residen en estos momentos, así que les devolveremos la jugada- Me miró con seriedad.
-No somos suficientes, nos matarán- Protestó un soldado.
-Cállate Henry-
-Henry tiene razón, no tenemos nada que hacer- Y a ese coro fueron uniéndose más y más voces.
-¡¡CALLAOS!! ¿Es qué no deseáis vengar la caída de nuestros amigos, de torturarlos, matarlos, con la misma violencia con la que ellos actuaron? ¿No deseáis ver su cara de dolor, su expresión de terror, antes de saber que van a morir? ¡A estas horas están celebrando una fiesta, yo lo he visto! ¡Celebrando una fiesta, y nosotros aquí lloriqueando mientras podríamos aplastarlos como gusanos que son!- Grité. Después me sonrojé y volví a acurrucarme en la esquina. Todos me miraban.
-Ya lo habéis escuchado- Dijo el teniente.
-A luchar-